Proyecto Plaza M. de Andrea



Fotomontaje


Los encuentros repetidos con el mundo visual producen hábitos que se traducen por expectativas. Cada cual lee el espacio de una manera diferente. Esta lectura se da por una selección, una eliminación de percepciones singulares que se da por nuestro uso de dicho espacio, y que finalmente conforman una estabilidad perceptiva. Una alteración en esta estabilidad perceptiva haría más visible el paisaje cotidiano, ya que sus elementos constantes seguirían existiendo a pesar del objeto agregado. Sólo cambiaría la experiencia perceptiva que se tiene del espacio al transitarlo, provocada por una reacción que se sucede con la necesidad de buscar una rápida solución a este experiencia extrañada.

Para funcionar con un público que no se ha enfrentado a la obra voluntariamente sino que ésta lo ha sorprendido en los espacios de su cotidianeidad, debo partir por mi propia experiencia como transeúnte. A diferencia de Santiago, Buenos Aires es una ciudad donde las plazas tienen vida, no hay un momento del día donde no haya niños jugando, mujeres tomando sol o adultos tomándose un mate. Y es a partir de esta observación que empiezan las preguntas ¿Qué es la ciudad en términos de su uso? ¿cómo se vive la ciudad? y comienzan también los recorridos por las plazas. Algunas tienen más gente, otras más árboles, o más ruido. En la plaza M. de Andrea el sector de juego infantiles es una circunsferencia con suelo de arena clara y cercada toda alrededor.

Una intervención simple en términos visuales daría pie para redescubrir otras formas de percepción por medio del extrañamiento (el tacto, el sonido, las sensaciones). Esta vez de manera conciente, la obra es invisible en términos de color. Probablemente no se pueda distinguir a muchos metros de distancia: serán globos del mismo color de la arena que la cubrirán por completo.

La obra en tanto instancia de recreación, pretende acercar el público al arte que, en estos días, se ha vuelto fuertemente elitista, cada vez de más difícil acceso (intelectual). El espectador ha optado por distanciarse de él como una manera de defenderse de este bombardeo de imágenes y situaciones inconexas y de difícil interpretación. Por eso la obra no intenta remitir a algo distinto de ella misma, lo que no significa que sea hermética y no acepte interpretaciones. Cualquier intervención en un espacio público trae consigo una invitación a la reflexión, una provocación, un desajuste en las expectativas y un quiebre en la rutina de quien la experimenta. En este caso la obra se enfrenta a un público particular que se conforma principalmente por niños. De aquí la relación directa con la noción de juego. Todo juego supone la aceptación temporal, si no de una ilusión cuando menos de un universo cerrado, convencional y, en ciertos aspectos, ficticios. El jugador escapa del mundo haciéndose otro.
El niño experimenta placer, incluso asombro, al descubrir los movimientos espontáneos de su cuerpo. Por eso la obra se convierte para él en un juego.

El juego revela que a lo cotidiano se le puede dar un sentido mediante una creatividad desprovista de toda preocupación funcional, porque posee una esencia propia, independiente de la conciencia de los que la juegan. Pero esta esencia, tal como sucede en la obra de arte sólo accede a su manifestación a través de los “jugadores”.

La obra, como juego, toma el rol de ser una “molestia agradable”: obstaculiza el uso de la plaza y le suma otro; provoca un quiebre en la estabilidad perceptiva donde lo corporal juega un rol importantísimo. La obra, como imagen, apela a su propia invisibilidad para evidenciar dicho espacio. La simplicidad del gesto –pictórico, escultórico, poético-, es la que lo hace señalador, más allá de sus posibilidades de interpretación.

1 comentario:

alborde dijo...

Mappa,

me gustó está última imagen, independientemente del proyecto, creo que el fotomontaje potencia la imagen como obra en si misma.

saludos,

Isa